El advenimiento, hace ya muchos años, de la estimación del mérito genético de varias características productivas a través de los EPDs trajo aparejado algunos avances para la cría, como la posibilidad de elegir padres que no den problemas al parto. Sin embargo, el énfasis que a partir de la estimación de los EPDs se le dio a aspectos como la velocidad de crecimiento, determinó un cambio en el biotipo y el tamaño de los bovinos de carne en la mayoría de los países. Este proceso ha llevado a que el tamaño adulto de las vacas de pedigree de razas británicas como la Hereford o la Angus haya ya alcanzado, e incluso superado en Estados Unidos, al de otras razas continentales tradicionalmente con mayor crecimiento y peso adulto como Limousin y Simmental. Esta tendencia de selección por máximo crecimiento en las razas británicas, reportadas en países como Estados Unidos, también se puede constatar en Uruguay, en donde se registra igualmente un gradual pero sostenido incremento en el tamaño de los animales, una especie de “continentalización”  que trae consigo aparejado una serie de consecuencias desfavorables cuando nos focalizamos en las repercusiones que esta realidad puede estar teniendo en los sistemas criadores pastoriles.

Pero el mayor tamaño adulto de la vaca no es el único cambio que está experimentando nuestra hacienda a consecuencia de algunas de las herramientas modernas de selección. El uso de la genética que el status quo define actualmente como “superior”  también ha llevado a un mayor potencial genético para producir leche, particularmente evidente en Uruguay en la raza Hereford, lo que contribuye a incrementar los requerimientos nutricionales de las vacas de carne, Esta tendencia genética, asociada al uso de líneas de sangre con menor mérito genético en grasa de cobertura, establecen un grado tal de modificación de la composición corporal de los vientres que los está haciendo menos aptos para mantener la fertilidad en las condiciones que el criador comercial suele manejar las vacas de cría en el Uruguay profundo, que es sobre los campos  con suelos más pobres.

Si cada vez las vacas tienen más tamaño adulto, -y tienen eventualmente un mayor potencial de producción de leche y menos capacidad para depositar grasa corporal-, entonces en condiciones pastoriles sobre campo natural como las que generalmente se manejan las vacas en Uruguay, cada vez resulta más difícil lograr adaptar los requerimientos de los animales a la siempre limitada oferta de forraje de nuestros campos. Los recursos nutricionales resultan insuficientes para satisfacer la demanda del rodeo de cría, por lo que las vacas resienten severamente su potencial productivo. Así que el criador se enfrenta a la disyuntiva de aceptar paradójicamente esta caída en la productividad a consecuencia de utilizar esta supuesta “genética superior” o, para que su rodeo mantenga la productividad, debe recurrir cada vez más frecuentemente a costosas modificaciones del ambiente, que pasan por destinarle a sus vientres pasturas mejoradas en determinadas etapas críticas de su ciclo biológico, disminuir la carga animal para poder asignarles los recursos alimenticios que corresponden y/o bajarle artificialmente los requerimientos nutricionales a través de la implementación masiva de tecnologías caras como el destete precoz de sus terneros. Todo esto, de una forma u otra, lleva a incrementar los costos de producción, lo que es particularmente grave en el escenario económico actual que nos indica que deberíamos mantener esos costos tan bajos como sea posible.

En función de esa realidad, está claro que muchos criadores necesitan analizar si las líneas genéticas que han venido usando los están ayudando a lograr que su rodeo transforme más eficientemente el pasto natural en terneros. Parece razonable que, para muchos sistemas criadores y de ciclo completo, la búsqueda de un mayor balance entre el crecimiento, la res carnicera y las características maternas que determinan eficiencia en la productividad de los vientres, sea económicamente justificable. Particularmente cuando hacemos hincapié, no en aumentar la producción individual, sino en incrementar la productividad por unidad de superficie para obtener ingresos netos sustentablemente altos en las explotaciones criadoras. Para ello, el camino en muchos casos parece ser moderar el tamaño de las vacas y usar líneas genéticas con antecedentes de fertilidad y adaptación a los sistemas pastoriles, facilidad de engrasamiento y rusticidad. No se trata de un camino fácil porque supone superar brechas de información, así como transitar una dirección opuesta a la que parecen orientar muchos distinguidos cabañeros, algunos de los reconocidos investigadores nacionales y la mayoría de los influyentes proveedores de semen que operan en el país.

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