Uno de los grandes problemas que tenemos los veterinarios en general, es que en la mayoría de los establecimientos no somos partícipes ni estamos presentes durante el desarrollo de los ciclos productivos a los largo del año, ni participamos en la toma de decisiones o planificaciones.
Normalmente, y se lo cuento a mis alumnos de la facultad de ciencias veterinarias de la UBA, nosotros conocemos la entrada, la manga y la salida de los campos, situación por demás errónea. Lamentablemente no tenemos una acción activa y continua, no recorremos, no vemos el estado de los potreros, la condición de los animales, hembras o machos, es indistinto. Y les comento (a los estudiantes), que siempre estamos reconstruyendo lo sucedido, haciendo historia para tratar de explicar lo que ya sucedió. Es decir, cuando hacemos tacto, por ejemplo, después de la temporada de servicio natural, y el porcentaje de preñez viene dando mal, nos empiezan a preguntar, ¿qué pasó?, ¿por qué falló el servicio?, ¿qué salió mal? De más está decir que también nos miran mal, como si la culpa fuera nuestra.
Ahí es donde comenzamos a preguntar a los diferentes actores del campo, personal, dueño, diferentes ítems para intentar obtener una explicación lógica o al menos verosímil, del porqué se llega a esa situación.
¿A dónde voy con esto? Es simple. Normalmente estamos tratando de explicar algo que ya pasó, que ya no tiene remedio. El resultado porcentual de un tacto es algo que se empezó a gestar (o no, valga la expresión) seis meses atrás como mínimo, momento en el cual nosotros no estamos ahí. No sabemos cómo estaban las vacas nutricionalmente al inicio, en el medio ni al final del entore, no conocemos el estado del forraje ni cómo impactó el factor climático en el campo. Solo las vemos en la manga cuando tenemos el brazo dentro del recto.
Puse el ejemplo del tacto porque es algo fácil de comprender y situar a lo largo del año, pero existen otros eventos en los cuales también nos convertimos en cuasi historiadores, como ser uno que me pasó a principios de agosto de este año, en el cual el gaucho que me llamó me cuenta que muchas de las vacas que recorría habían abortado y que seguían abortando, y también me contaba del nacimiento de terneros débiles que morían a las pocas horas.
Mientras me contaba esto por teléfono, inmediatamente se me presentó la idea de “tormenta de abortos” (así quedan las cosas grabadas a fuego desde la facultad), es decir, abortos por Leptospirosis. Y cuando hablaba de hacer historia, comenzamos junto a este chico a recordar lo que había pasado en la zona de influencia y en ese campo en particular. En abril-mayo de este año, esos campos estuvieron inundados y los animales estaban en esos bañados. Qué mejor lugar para la proliferación de Leptospirosis que esa situación climática.
Si me hubiesen dado cartas en el asunto en ese momento, yo hubiera vacunado y no se hubiera producido semejante desastre reproductivo. Pero siempre la corremos de atrás. Y coincidía perfectamente el cuadro clínico con las fechas, puesto que desde que esta bacteria entra al organismo hasta la manifestación de los abortos media un tiempo que puede variar desde las seis a las doce semanas en promedio.
La confirmación del diagnóstico la terminó dando el laboratorio, al cual mande un ternero que tuve que sacar por cesárea porque, justamente, una de las complicaciones que trae aparejado este tipo de enfermedades es que al morir el ternero en el útero, el mismo no participa del proceso del parto en el cual normalmente tiene activa intervención -ya sea por la producción de hormonas (cortisol, por ejemplo, muy importante en el mecanismo del parto) o porque el mismo ternero contribuye a adoptar la correcta estática fetal para su salida posterior en un parto eutósico (normal)-.
Como dato anecdótico, la gente del laboratorio me comentó que sabían de brotes de Leptospirosis en diferentes partidos de la cuenca del Salado.
¿Por qué envié un feto al laboratorio, siendo que era más que obvio lo que estaba pasando? Es porque existe otra enfermedad que está en aumento y que produce también lo que se denomina comúnmente “tormenta de abortos”, y que es la Neosporosis, de la cual hablaré más adelante.
Las medidas que se tomaron en este caso fueron tardías y costosas. No por el valor de la vacuna o el antibiótico que se le aplicó a las vacas que aun estaban preñadas, sino por la pérdida irreparable de los abortos y del tiempo que se perdió. Esos vientres perdieron el año productivo en curso y el productor se queda sin parte de los ingresos del año que viene.
Que esto sirva de anticipo a lo que se está vaticinando para el año entrante: se pronostica una corriente del “Niño”, con abundantes lluvias y zonas anegadas. Por favor no olvidar prevenir. Ante cualquier duda, consulte a su veterinario de confianza: no es un gasto, es una inversión.
Por Javier Confalonieri – Clarin Rural
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